Adolescencia: 1990 - 1993
Capítulo 1
Capítulo 1
Cayó una fuerte lluvia aquella extraña mañana. Gustavo no extrañaría la escuela primaria y estaba seguro de no pertenecer a esa absurda edad de la adolescencia. Había probado la sexualidad por medio de fotos pornográficas de la revista de algún conocido, tal vez la masturbación...
Sin embargo ese mes de septiembre de Mil Novecientos Noventa él solamente tenía once años de edad y lo único que le importaba era que tres años transcurrieran en un segundo.
Aceleró el paso pues Rogelio su amigo no manifestaba ni el más mínimo entusiasmo por llegar a la última calle por recorrer. Habían discutido unos minutos antes debido a estupideces de un futuro que se mantenía incierto.
Como en un resplandor se le vino a la memoria un conjunto de seis años. Sus padres habían decidido que fuera hijo único por lo que no estaba muy acostumbrado a soportar el carácter de ningún ser que hablara en contra de sus intenciones de felicidad.
Fueron años de atestiguar memorables golpizas, escuchar insultos, leer, escribir, soñar, escuchar a Elvis Presley y a Mozart...
Y un día conocer a Lupita...
Leer, escribir, soñar y haber conocido a Lupita...
Capítulo 2
Como en el medio de una avalancha cruzó el umbral de la puerta principal de la Secundaria Federal. Le había tocado ingresar al primer año en el salón "B", mismo que pronto aborrecería. Los grandulones de tercero y unos cuantos idiotas de segundo lo aventaban impunemente. Finalmente ocupó el penúltimo lugar en la fila de los varones de su grupo, pues simplemente, a sus once años, ya medía un metro con setenta y cinco centímetros.
Algo que le causaría problemas en la materia de deporte.
Se encontraba aburrido cuando de súbito se percató de que una muchacha pechugona le miraba insistentemente mas no malició que era el producto de hormonas precozmente activadas en ella. Le contestó con una sonrisa que más bien asemejaba un rictus o una mueca de dolor. No era muy acostumbrado a sonreír.
El típico "Bienvenidos novatos de primero...son orgullosamente miembros de la escuela secundaria federal que ya casi cumple cincuenta años de su fundación...jóvenes ustedes son el futuro de la sociedad parralense..." y Gustavo solamente pensaba en el capítulo cuatro de la novela de Gorki. Sus dispersas ideas le comenzarían a joder desde el primer día de la secundaria.
Fueron pasando en un orden estríctamente militar a cada uno de los salones que les correspondían. Rogelio iba en la parte intermedia de la fila y no se atrevía a voltear a ningún lado.
La primera hora fue destinada a ciencias sociales con la maestra Moriel. Conocida como la "Mosca", debido a sus espectaculares y desaforadas gafas obscuras. "Bla bla bla...orgullosos de ser parralenses se deberían sentir...bla bla bla son parte de la mejor escuela secundaria de Hidalgo del Parral...el hombre por naturalez es un ser social."
Pero Gustavo pensaba en Lupita, que quedaba sola en el salón de cuarto año de la primaria. Sentía algo raro cada vez que la miraba a pesar de ser ella solamente un niña. Y más raro sentía él cuando Lupita se le quedaba viendo.
Y por supuesto, Máximo Gorki invadió sus reflexiones cuando fortuítamente la voz de la "Mosca" Moriel le gritó: "joven de la última banca allá, me va a repetir absolutamente todo lo que dije o si no el primer reporte con Meche la trabajadora social y acuérdese que con tres reportes queda usted fuera."
Automáticamente le vinieron a la mente los aspectos más recónditos de la historia parralense y lo que recibió por respuesta aquella inolvidable mujer fue un Mare Magnum de fechas y acontecimientos entreverados con aspectos de historia universal que Gustavo había leído.
La "Mosca" Moriel se sintió desilusionada de que el primer adolescente que se suponía iba a ser su primera víctima se hubiera convertido en ese momento en un profesor de ciencias sociales.
El reporte fue un hecho a pesar de que Gustavo "demostró" estar presente en la clase. Aunque Lupita y Máximo Gorki lo tuvieran decididamente en otro lugar.
Capítulo 3
No creyó que su primer día en la secundaria fuera inicialmente desastrozo. Sin embargo a la hora de descanso, que era de veinte a treinta minutos, se percató de las muchachas curvilíneas que disfrutaría durante tres años.
Fue cuando lo asaltó la idea de visitar la cafetería de la escuela, donde compró una hamburguesa y un refresco con sus dos mil pesos, por la simple curiosidad de saber lo que era la cafetería de una secundaria. Entre aventones se abrió paso por la multitud de pubertos que ansiaban darle freno a su hambre.
Como de sorpresa se topó con la carátula de un libro que decía con letras negras "las edades de Lulú". Tuvo la intención de tomarlo de la barra, pero una mano flacucha y agrietada de una de las meseras se lo impidió. Como una respuesta amable le esbozó esa sonrisa que más bien era una mueca y ordenó su hamburguesa y su refresco.
Todas las mesas estaban llenas y decidió salir a buscar un buen lugar donde nadie le viera comer. Cuando se dio la vuelta para salir de esa incómoda cafetería, se percató de que "Las edades de Lulú", ese libro prohibido para él, se encontraba desamparado en el piso. Algún descuido de la mujer que lo dejó caer. De reojo se dio cuenta que la dueña lo buscaba desesperadamente. No lo pensó más de una fracción de segundo y lo levantó para depositarlo en el bolso de su impermeable.
Alguna información interesante acerca de la historia de la pequeña Lulú, una de sus historietas preferidas, guardaba las hojas del ahora ya considerado su libro.
Capítulo 4
El taller de electrónica al que deseaba ingresar todavía no estaba abierto. De hecho ningún taller estaba abierto, Lo que sí estaba abierto era su labio inferior izquierdo por el primer encontronazo con el más grandulón del salón, quien ya tenía quince años de edad. Tuvo que aguantar.
Algo le decía que no era rival para alguien de ese porte.
En casa lo recibió un cálido olor de arroz cocido, el platillo típico que le hacía mamá el primer día de clases desde hacía ocho años. La voz de Don Isaías su papá también lo recibió a su manera, potentemente y con un claro "cómo te fue en tu primer día en la secundaria."
No tuvo que dar muchos detalles acerca de su herida bucal. Después de comer salió de casa como de rayo, con un libro que se llamaba "El perseguidor", de Julio Cortázar.
Capítulo 5
Llegó a su sitio preferido después de su cuarto: el lote baldío que estaba junto al Instituto de Bellas Artes.
Leyó unos cuantos párrafos de la narrativa de Cortázar y se dedicó a imaginar sus propios personajes cuando de repente una voz dulce lo sacó de sus cavilaciones. Era Lupita.
- Te vengo siguiendo desde que saliste de tu casa...no me gusta la primaria...
- Pero tienes que seguir ahí, comprende que no tenemos alternativa. Todavía estás muy chiquita y si dejas la escuela qué hacemos.
- Ya voy a cumplir los nueve años.
Los ojos de color de Lupita se fijaron en los ojos cafés claro de Gustavo y se sonrieron. Ella se sentó a su lado y le preguntó de qué se trataba ese libro. Entonces no solamente se sonrieron con los ojos, sino que sus labios esbozaron una mueca. El vigilante de los lotes baldíos ubicados en esa zona ya les conocía y cuando pasó por donde esos niños estaban les dijo por vigésima vez desde la primera ocasión que los vio: "Sin besitos porque están muy chiquitos..."
La lluvia cesó desde las doce del día y ya no quedaba ni rastros de humedad. Gustavo, apenas se perdió de vista aquel guardia, se atrevió a besar la frente de su "güerita" y le regaló un abrazo que ella le correspondió. Después Lupita lloró y le dijo que sentía mucho miedo de que un día no se vieran más.
Él ya se había masturbado, ya había visto mujeres desnudas...pero esa fue la primera ocasión en que besaba a una niña. Nunca nadie lo sabría. Ni sus padres de ella ni los padres de él.
Y de esa manera despidieron juntos un verano más. Lo que Lupita nunca supo, a su vez, es que Gustavo también estaba aterrorizado y ante él se extendía un miedo que le amenazaba a no ser superado por muchísimos años.
Quedaron abrazados durante toda la tarde. Qué era un verano para diecinueve años, para treinta y tres años, para más de cuatro mil años que tenía de edad el planeta Tierra.
Sus miedos y tristezas pasarían, pero ¿y el Universo?. Mejor aún, ¿qué tal acerca del Autor del Universo?
Cuando el color rojizo del cielo anunciaba el crepúsculo, finalmente sonrió formalmente en muchos años y comprendió que se había convertido en un muchacho.
Cuando el color rojizo del cielo anunciaba el crepúsculo, finalmente sonrió formalmente en muchos años y comprendió que se había convertido en un muchacho.
Capítulo 6
Lupita y Gustavo se siguieron viendo de una forma esporádica.
El otoño llegó y amenazaba un invierno asesino. Tres de sus compañeros de clase habían desertado, entre ellos Rogelio y “El Poyo”. La “Mosca” Moriel le siguió molestando y ya contaba con dos reportes.
La maestra de Ciencias Naturales no era tan tolerante como en un principio le pareció pero eso sí, tenía un formidable trasero. Esa maestra fue la culpable del segundo de sus reportes. Le amenazó con ser expulsado si le sacaba debajo de seis en el próximo examen y mientras se deleitaba con esas preciosas nalgas que se contoneaban a medida que aquella mujer se paseaba por entre las hileras de pupitres rayoneados, Gustavo se sorprendió por el grito que eyectó al decir “Urquiza ¡un diez!”
No fue sorpresa. Ya lo esperaba. Solamente que esas nalgas y él recordando los pasajes de las edades de Lulú que todo era menos la pequeña y tierna Lulú de las tiras cómicas, sino el despertar sexual de una niña y de cómo acarició todo tipo de órganos sexuales…
Desde años atrás, en la primaria se regocijaba en sacar buenas notas después de hacerle la vida de cuadritos a los profesores…y de pronto el Otoño.
Se volvió aficionado a la música de los Beatles y de repente comenzó a entender con fluidez extraña el idioma de Shakespeare. Por alguna razón que hasta sus padres desconocían, lo comenzó a hablar desde los cuatro años.
Y aunque tenía su calificación perfecta ahí delante, en la paleta de su banca, recordó a Lupita. Sus ojos amielados y sonrientes.
Entonces la extrañó…pero se trataba de una niña de cuarto grado y eso era todo.
Además su hermano gustaba de golpearle o asustarle cada vez que lo veía. Hablaría con ella.
Para entonces había redescubierto a Franz Kafka y su “Castillo”. También decidió escribir sus propios guiones para comics. Seguro sería famoso.
Capítulo 7
"Relato mi existencia atormentada con gratitud al
Dios del Universo, que el alma me dio y me la cuida. Para enormes trabajos he
vivido. De Él he recibido a manos llenas valentía y virtud, belleza y gracia, para ..."
Interrumpió súbitamente su lectura de Benvenuto Cellini. Buscaba un buen comienzo o alguna inspiración para su nuevo bosquejo de cómic. Pero entonces recordó que tenía que enfrentar a Lupita.
Se levantó de su cama rápidamente y a enormes pasos salió de casa. Eran aproximadamente las cuatro de la tarde. Seguro su Lupita ya estaría esperándolo en la calle "Cuarta". Todo el camino reflexionó en la manera de dirigirse a su pequeña amiga.
Todo estaría bien.
No tardó mucho en arrivar a los terrenos baldíos y al jardín de "Bellas Artes". De lejos logró atisbar la figura menuda de esa niña de nueve años. Al momento, como desafiando todos los principios de la percepción, Lupita giró su cuerpo y le sonrió con su boquita y sus ojos amielados. El Otoño le privilegiaba ornamentándola con las hojas secas que llovían sobre ella.
Qué harían Cellini, Kafka o Borges. Cómo le dirían que la amistad se acabaría en ese momento.
- Vaya que es la primera vez que te gano...qué te pasó que no llegaste antes que yo...- espetó Lupita, como presintiendo algo fatídico para su corazón de niña.
Un asqueroso adolescente se lo iba a romper.
Gustavo el truhán, el despiadado, se acercó a su vez con una sonrisa estúpida y entrecortada, que ponía en evidencia su nerviosismo y cobardía.
- Hay algo que tenemos que platicar muy en serio...
- Qué es...
- Lupita...ya no nos podemos ver...mira las cosas han cambiado y yo estoy en la secundaria...tú eres una nena y yo ya mero cumplo los doce...
- Y también eres un estúpido como bien lo dice mi hermano...
- Oye no te pongas así...
- No me toques asqueroso...te aborrezco...solamente te interesan tus libros y yo qué...
- Pp pero
- Cállate...quiero que me digas si ya tienes novia...por eso no quieres ser mi amigo más...
- No, no tengo novia. Ten en cuenta que si tu hermano te entera me mata a golpes...
Lupita no aguantó más y destiló sus lágrimas y el llanto que soltó se dejó escuchar en todo el perímetro. El truhán Gustavo trató de abrazarla pero ella no se lo permitió. Lo golpeó, le clavó las uñas en las manos, hasta que unos novios que visitaban el lote baldío acudieron para ver qué diantres sucedía. La muchacha tomó entre sus brazos a Lupita y el chico, como de unos dieciocho años, trató de aprovechado a Gustavo. Lo aventó, lo cuál, Gustavo aprovechó para salir corriendo.
Quedaban, tal vez, diecinueve años por delante.
Por qué el número diecinueve se le presentaba tanto al pensar en Lupita. En ese momento, y por muchos años no sabría la respuesta.
Capítulo 8
Odiaba la letra completa de esa estúpida canción de los New Kids on the Block. Durante todo el trayecto hacia su casa no dejó de pensar en las lágrimas de sus mejillas sonrosadas. Hizo llorar a una nena que estaba enamorada de él, pero finalmente ya estaba libre para vivir su adolescencia, en la que no creía debido a sus tempranas lecturas de Nietzsche y su visión panteísta de la vida humana.
Well, I guess, it's a brand new day after all,
Every time we hear the curtain call,
See the girls with the curls in the hair,
The buttons and the pins and the loud fanfares.
Tonight, tonight.
Every time we hear the curtain call,
See the girls with the curls in the hair,
The buttons and the pins and the loud fanfares.
Tonight, tonight.
Un carro lo seguía suspicazmente. Era el que mantenía encendido enervantemente esa lírica norteamericana de chicos idiotas de finales de los Ochentas y que prometían adueñarse de los principios de los Noventas. Entendía perfectamente el inglés desde que era un niño de cuatro años. Cómo. No lo sabía.
Aceleró el paso.
Solamente para toparse con otra estúpida canción que se supone era la divisa entre Lupita y él.
Hoy te vi
tras la clara lluvia
de la tarde gris,
te vi llorar, ocultando
penas y un dolor que no
son de tu edad.
Sin saber
tu alegría se perdió
como la noche…
de la tarde gris,
te vi llorar, ocultando
penas y un dolor que no
son de tu edad.
Sin saber
tu alegría se perdió
como la noche…
Y más en ese momento que acababa de cometer una atrocidad.
Miró de reojo al extraño carro gris de vidrios polarizados y se topó con la sorpresa de que había alcanzado a su amigo Jezrael, su vecino de unas cuatro casas de diferencia. Un paquete como de color blanco salía de una de las ventanas abiertas a cambio de unos cuantos billetes que Jezrael le daba a una mano tosca y que le hizo señas.
Gustavo Urquiza hizo caso omiso y subió los escalones de su casa de renta. Le esperaba su mesa de trabajo, en la que escribía sus comics y cuentos, y en la que leía indiscriminadamente todo tipo de literatura.
Jacobo Zabludovsky informaba que la operación “Tormenta de Desierto”, de intervención norteamericana en el Medio Oriente estaba resultando un éxito. “Las edades de Lulú” quedaron atrás debido a un ejemplar de las obras completas del Marqués de Sade que cayeron fortuitamente en sus manasas.
Y una carta de su primo Benito que en el sobre tenía la bandera de las barras y las estrellas y el escudo y lema de la naval de los Estados Unidos de Norteamérica.
Capítulo 9
Una y otra vez acariciaba el teclado de la máquina de escribir.
-
Ya no te hagas el loco y comienza a escribir- le
sorprendió mamá.
-
Y de qué manera si ni siquiera sé cómo comenzar
con el título…¿sabes?...muchos grandes escritores fueron soldados durante su
juventud o vivieron las atrocidades de la guerra…me pregunto si Benito está
recopilando algunos buenos datos por allá en Irak…
-
Deja de pensar en tu primo y haz lo tuyo en la
escuela…con que apruebes este año me conformo aunque sea con un mísero seis…
Le disgustaban muchos de los comentarios de su
madre pero aun así se acostumbró a soportarle. Nunca se imaginaría lo que le
inspiraría algún tiempo después. Sobre la mesa contempló el ejemplar de las
Sagradas Escrituras y se humedeció los labios con la punta de la lengua,
saboreando la idea de ser pastor de alguna religión.
Sobre la mesa también se encontraban “la Ilíada”, “La
Odisea” y la “Historia interminable” de Michael Ende. No se cansaba de leer y
releer esta última.
“Me lleva…con un demonio…espero lograrlo…”
Desde hacía dos años nacían en su mente
pensamientos obsesivos y desaforados.
Un día anterior había visto por televisión una
película italiana donde dos hembras lo hacían entre ellas. Recordó al Marqués
de Sade, “Las edades de Lulú” y llegó a la conclusión de que el cine nunca
llegaría a superar ni al más insignificante de los libros.
No quiso comentar nada acerca del carro que había
alcanzado a su amigo hacía más de una semana.
Dentro de sus cavilaciones escuchó como María le
gritaba.
-
Ahora, ¿qué sucede?
-
No te hagas tonto cabrón, ¿qué le hiciste a la
güerita?
-
De qué me hablas…yo…
-
Me dijo Lipa que…mira ven acá…
María
hizo el ademán de lanzarle una bofetada que el esquivo a tiempo para después
correr como lo había hecho poco más de una semana antes. Ella no entendía que
ya se trataba de un muchacho, que no era necesario que se metiera en su existencia
ya de por sí mísera. La década de los ochentas estaba quedando muy atrás, se
fue para no volver.
La relación con sus padres era colapsante para su psiqué de
once años de edad. Sentíase agotado desde hacía bastante tiempo. Únicamente algunas
lecturas y sueños guajiros salvaguardaban la esperanza de llegar a ser alguien.
Lupita, según él, decididamente había pasado a la historia.
El verano del noventa fue extraño, pero complaciente en
muchos sentidos.
-
Qué cabrones haces aquí Gustavo.
Escuchó la voz chillona de Luis, uno de los
amigos de no su muy lejana infancia.
Observó cómo esa cara extremadamente
morena, más morena que la de él, mucho más morena que la de él, tenía un
cigarrillo recién comenzado y una oruga de cenizas nacía recién entre una
lucecita naranja.
“Escondiéndome…supuestamente…de todos los
estúpidos que no se resignan a que soy único.”
-
Este siempre ha sido uno de los lugares que más
me han gustado…
El “Arroyo de la Cruz” ofrecía un panorama
decimonónico para alguien como Gustavo que ya sufría de algunos severos
episodios de depresión. Corría poca agua, y además agua procelosa. Un modesto
puente hecho de leños mal acomodados servía de comunicación entre dos lugares. Curiosamente,
de repente recordó que no hacía aún la tarea de ciencias naturales y la lógica
y los conjuntos de la maestra Alicano le esperaban en la superficie de su mesa
de trabajo.
-
Conseguí unas revistas cachondas… ¿quieres
verlas?
“Si tú supieras pobre estúpido que
francamente lo que tú me puedas ofrecer ya no me impacta en lo más mínimo…”
Tengo que ir a hacer la tarea. Lentamente
se incorporó de la piedra en la que estaba sentado e hizo el ademán de
despedirse